sábado, 3 de septiembre de 2011

Miroslav Tichý. No hay verdad ni mentira (de Campoamor)



Cuando los ojos de Miroslav Tichý trataban de enfocar la imagen en sus rudimentarias cámaras no buscaban atrapar la realidad en un instante. La persecución de las curvas naturales de la feminidad de su vecindario fue el motivo y de la mayor parte de su obras.

Pese a su aspecto desaliñado y carácter huraño su cortejo fotográfico lograba robar alguna sonrisa. Los tres carretes diarios que tiraba, alrededor del centenar de fotografías cada día a lo largo de 25 años, obraban el milagro. Su reputación de extraño vecino inofensivo y su cámara de juguete, no de plástico como las ‘lomográficas’, sino elaboradas con cartón, cascos de botella y cordeles, recreaban la realidad de ilusión que el fotógrafo buscaba.

Entre aquellas mujeres anónimas mil veces retratadas de espaldas o a lo lejos, al otro lado de la valla de la piscina del pueblo; pasan a planos más cercanos tapándose la cara con timidez familiar o mirar desafiantes y sin miedo a posar esplendorosas en los primeros planos.

Lo que Tichý hiciera en soledad luego con sus capturas es motivo de estudio aparte. Se pasaba las noches revelando las películas en un cobertizo, viendo cuánto de lo que sus ojos habían visto había quedado. Las manos de aquél que fue pintor volvían a coger el lápiz para perfilar las líneas poco nítidas, separando la imagen de las figuras imperfectamente retratadas. Para algunas fotos elaboraba también un rudimentario marco e papel o cartón, en el que incorporaba el simulacro del veteado de la madera o las grecas de la escayola cual trampantojo que jamás soñase engañar la mirada más ingenua.

El tiempo y las ratas comían luego, como en un cuento, la ingente producción de este consumado solitario; cuando no era el propio autor quien sacrificaba a las llamas su obra por un poco de calor ante el riesgo de morir quemado rodeado de inmundicias.



Las fotografías que quedan fueron rescatadas de poco en poco por un niño que creció fascinado por la conducta de su extraño vecino. El rapaz, convertido en psiquiatra de mayor, vuelca todas sus preguntas contenidas a su 'Tarzán Retirado' en un documental que lleva el mismo nombre y que rodó en tres días de visita, pesuntamente a cambio de invitar al hombre, ya anciano, a varios tragos.

 Acostumbrados a creer en que las imágenes son verdad, nos cuestionamos en el relato su verdad 24 veces por segundo. Tras preguntarnos si aquel arte es producto de un hombre simplemente loco, o de un genio simplemente hombre nos adentramos en la vida de un ser humano de su tiempo que abandonó sus estudios en la Academia de Bellas artes de Praga ante la ascensión del Partido Comunista de la ya extinta Checoslovaquia.

El servicio militar no sirvió de temple de su genio rebelde y contestatario, y al parecer, aquél ser expropiado de su normal existencia anterior, buscó dar rienda suelta a su necesidad de expresarse en la mudanza de los lienzos o el lápiz de dibujante a las impresiones fotográficas, o continuó su afición.

Su nueva vida retirada pese a ello no le apartó de la mirada recelosa de las autoridades, quienes veían en él, desde el principio, el perfil aparente del disidente político por su aspecto desaliñado, o alguien simplemente al que vigilar (así lo glosan las publicaciones escritas sobre el autor patrocinadas por la fundación Tichý Ocean y las notas de prensa, tal vez cargando las tintas en ciertos aspectos, para tratar de retratar a un hombre complejo que no solo fotografió a mujeres).

Tal vez fueran los múltiples, varios, arrestos y la mala experiencia con su primera exposición los que confinasen a aquel hombre y a su obra casi solo para si mismo durante 40 años según el cronista. El caso es que su descubrimiento, su salto a la fama, se produjo ya muy tarde y no quiso participar jamás del éxito de las exposiciones de su aparente valedor y/o descubridor, ni buscó rentabilizar el interés del gran público por estos medios dirigidos.

Miroslav murió el 12 de abril de 2011 al cuidado de una trabajadora social presuntamente pagada con las ventas y promociones de sus fotografías, gestionadas por el vecino que creció viendo en los furtivos ojos azules de aquel desharrapado la mirada del genio, o del negocio.

Que actualmente existan disputas testamentarias entre la trabajadora social y el vecino fascinado por la explotación o difusión de la obra de Tichý, e incluso falsificaciones (como atestigua la propia fundación) puede estar de más, pero nos aporta un indicio sobre la dimensión que adquiere hoy la cuestión.



La pregunta sigue estando en las fotografías de aquel hombre, los conservadores de los museos que se reparten sus obras tienen serios problemas al preparar las obras para ser expuestas, separar la suciedad, o no tanto, que las impregna resulta indispensable para procurar su conservación y evitar la contaminación de las obras de otros autores.



¿Se puede separar al sujeto de su obra y a cada pieza que nunca pretendió reflejar la realidad de sus demás atributos jamás perseguidos? Los conservadores se apresuran a extirpar el problema de las fotografías ante el riesgo de infección y cuelgan los restos y las fotos protegidos del interior, donde persiste el enigma aún a la vista. Eso sí, no se pueden tomar fotos de las fotos.






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