Existen pocas cosas que se comuniquen mejor en los medios que el miedo. Los hechos desagradables afectan no sólo al lugar donde suceden sino, por extensión, a zonas más amplias, como toda una región o un país. La percepción de la realidad local se distorsiona incluso en el propio lugar de los hechos debido a la demonización y reconocimiento del mismo en otros lugares. En el ámbito extenso la realidad queda distorsionada por la comunicación, ya que en cada hogar, en cada comunidad, se tiene acceso al los datos más sensacionalistas e impactantes del hecho y se crea la ilusión de conocer un poco a la víctima para que nos impacte más la tragedia.
Con el tiempo las sociedades suben su umbral de percepción (defensa psicológica) y los medios, para subsistir, tratan cada vez más los hechos desde el punto de vista sensacionalista. Los miedos que se comunican parecen más reales, más presentes y duraderos (actualización de las noticias, rememoración, contextualización de tragedias similares) y el mundo y el tiempo más pequeño e inmediato.
Esto hace que la sociedad reaccione al unísono, las conversaciones se reproduzcan entre los ciudadanos y se creen sentimientos de repulsa colectivos, similares, salvando las distancias, a las de los vecinos del lugar dónde sucedieron los hechos.
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